La Virgen de la Trinidad se encontraba en la Avenida Fátima, casi asomaban la cabeza de sus varales por las puertas de su barrio, calle Trinidad. Ya notábamos como el peso del varal empezaba a doblar nuestras columnas y piernas, nuestros rostros mostraban ese castigo de las horas que llevábamos de recorrido, pero como bien dice un gran Amigo, ¡bendito castigo el que nos manda la señora! Olores de tomillo, romero y lavanda, inundaban el momento, los toques de tambor daban el ritmo a los pasos de la señora, pero en ese momento, ¡¡¡quieto, quieto!!!, ¡que pasa! otro cable seguro. En ese momento los toques de campana del mayordomo hicieron bajar el trono. Uno de los capataces asomó por el faldón, y dirigiose a nosotros diciendo, ¡señores de la mesa, a brazos!. Tomamos posición en un instante, y mirándonos unos a los otros iniciamos las órdenes mandadas.
Empezamos a repartirnos abrazos entre nosotros; sí, veintiocho señores repartiendo abrazos, y mostrando felicidad, felicidad de compartir momentos de angustias, cuando ves un compañero que no puede más y lo animas para que aguante; de impotencia , cuando aunamos fuerza y esperanza para que todo salga bien, pero no es posible; de rabia, cuando no podemos hacer nada para coger bien el paso, o nos sale mal una maniobra… De ahí los abrazos, por que es el espíritu que nos mantiene a seguir vivos, y superarnos ante las adversidades, y unirnos al unisono ante una voz, la que solo ella nos manda, nuestra Trinidad Coronada. Por eso, y solo por eso…
TRINIDAD¡¡¡¡ A TUS PIES
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