El día
amanecía pausado, y sobre los geranios que colgaban del balcón número 14 de la
calle San Quintín las tímidas gotas del rocío que había dejado la noche
anterior se iban evaporando lentamente. Los Sábados suelen ser tranquilos en
casa de María, pero este Sábado era distinto, sin darse cuenta y después de
muchos años rezándole al señor de Málaga, por primera vez, esta señora,
trinitaria de cuna, iba a mirar de una manera totalmente distinta a esa madre
que espera y escucha orgullosa desde su rincón las peticiones que cada día
recibe su hijo.
Solo dos días antes, María, que venía de comprar el pan para hacerle la merienda
a su nieto David, reparó en algo que le llamo la atención. Un señor mayor, muy
simpático y con ojos de niño estaba pegando un extraño cartelito en su puerta.
– ¿Que vendes hijo? – Nada señora, estaba pegando un cartelito en la puerta
para que todo el vecino que quiera y pueda engalane sus balcones para el
Sábado, que es el día de la Trinidad, ¿Le molesta que ponga el cartel aquí? -
¡No, no hijo por Dios!, cuelga lo que quieras –Gracias señora, gracias…Reparó
María en el cartel y se fijó en la cara de la Virgen de la Trinidad, una foto
que quizás había visto mil veces pero que de repente hoy, veía de otra manera…