El día
amanecía pausado, y sobre los geranios que colgaban del balcón número 14 de la
calle San Quintín las tímidas gotas del rocío que había dejado la noche
anterior se iban evaporando lentamente. Los Sábados suelen ser tranquilos en
casa de María, pero este Sábado era distinto, sin darse cuenta y después de
muchos años rezándole al señor de Málaga, por primera vez, esta señora,
trinitaria de cuna, iba a mirar de una manera totalmente distinta a esa madre
que espera y escucha orgullosa desde su rincón las peticiones que cada día
recibe su hijo.
Solo dos días antes, María, que venía de comprar el pan para hacerle la merienda
a su nieto David, reparó en algo que le llamo la atención. Un señor mayor, muy
simpático y con ojos de niño estaba pegando un extraño cartelito en su puerta.
– ¿Que vendes hijo? – Nada señora, estaba pegando un cartelito en la puerta
para que todo el vecino que quiera y pueda engalane sus balcones para el
Sábado, que es el día de la Trinidad, ¿Le molesta que ponga el cartel aquí? -
¡No, no hijo por Dios!, cuelga lo que quieras –Gracias señora, gracias…Reparó
María en el cartel y se fijó en la cara de la Virgen de la Trinidad, una foto
que quizás había visto mil veces pero que de repente hoy, veía de otra manera…
A unos kilómetros distancia en el malagueño barrio de la Luz, en calle
conejitos, Manuel se viste rápido. Llega tarde, como casi siempre, pero esta
vez tiene más prisa, se siente distinto. Hoy Manuel tiene más ganas que nunca
de llegar al ensayo y sentirse partícipe de esa magia que se crea cuando un
grupo de tantas personas se ponen de acuerdo para que a la vez y de forma
precisa unas cuantas notas musicales se fundan en un solo sonido dando lugar al
arte de la música. Manuel tiene 11 años y hace poco más de uno que descubrió su
auténtica pasión: tocar la corneta. Fue el Lunes Santo de 2012 cuando esperando
en la Plaza Jesús Cautivo para ver a su padre llevar a la virgen de la Trinidad
reparó en un chico que iba tras el trono en la banda sinfónica de la Trinidad.
En una de las primeras filas de la banda, este chico se lleva el instrumento a
la boca y de él sale una nota potente y llamativa. Quedo prendado de ella al
instante, desde entonces y para gozo de su padre Antonio, que ve como su hijo
se involucra en el mundo cofrade, pasa a pertenecer a la escuela de música de
la Sinfónica de la Trinidad. Se estrenó en la Semana Santa de 2013 y le supo a
poco, se quedo con ganas de más, desde entonces cuenta los días para que llegue
un día que hasta hace poco ni siquiera sabía que existía. El 25 de Mayo de 2013,
día de la Trinidad…
Raúl es un tío diferente: cofrade, creyente (a su manera), serio…pero ante todo
es buena persona, y eso lo sabe él y todo el que lo conoce de verdad. Hoy va a pasar
por el aro, como cada año. Hoy, casi sin importarle, va a ponerse un traje
oscuro, corbata y zapatos. Raúl es hombre de trono de la Trinidad, y la verdad
es que ni el mismo sabe por qué, pues aunque sus padres lo llevaban de pequeño
a ver las procesiones nunca le inculcaron un sentir cofrade lo bastante sólido
como para involucrarse en el mundo de las cofradías. No pasan de las cinco de
la tarde cuando Raúl desde el barrio de Nueva Málaga emprende el camino con
paso firme por el camino de Antequera hacia el barrio de la Trinidad. Al llegar
a San Pablo, Raúl repara un instante en la capilla de sus sagrados titulares,
ahí está Él, el Señor de Málaga, solo, y por un momento recuerda el por qué es
hombre de trono trinitario. Raúl llego aquí tras Él, pero pronto le
trastocarían los planes…”Sólo nos quedan túnicas para la virgen” recuerda Raúl
como si fuera ayer mismo “Vale” respondió él, sin darse cuenta que en ese mismo
instante estaba estableciendo un vínculo que nunca jamás se rompería. La vio y
se enamoró, amor a primera vista le llaman, y ahí está Raúl: en una iglesia,
vestido casi como un novio y con lo más bonito que él nunca vio a la vera de la
puerta de San Pablo como esperando una invitación para salir de la mano a
pasear. –Hermano, (despierta Raúl de su extraño sueño), -¿Sacas el trono no?,
le pregunta un hombre grande con cara seria.- Sí, ¿qué pasa?, responde Raúl
–Nada, toma esta corbata es de nuestra banda, ellos no las van a utilizar hoy y
hemos pensado que sería bonito que llevásemos las corbatas del color de su
manto, acuérdate de devolverla al final ¿vale? –Sí, gracias…Se quedó entonces
mirando Raúl esa corbata malva, con el nudo ya hecho, y pensó en lo bonito de
la simbología de ese gesto. Una corbata, un lazo al fin y al cabo, que ese día
unía banda con hombres de trono bajo un color, bajo un manto, bajo un objetivo
común: Ella.
Los nervios son cada vez mayores. Ella está más guapa que nunca, hoy quiere
lucirse, las puertas se abren y los rayos de sol primaverales de esta tarde de
sábado acarician la cara de la niña de San Pablo. Suena Alma de la Trinidad,
porque como dice un buen amigo con toda la razón, los tronos en Málaga salen
con el himno nacional, pero estamos en la Trinidad, y aquí se sale con Alma de
la Trinidad. Al terminar la difícil maniobra de la bajada de escalones, los hombres
de trono se estabilizan en la calle, cogen el ritmo de la marcha y comienzan a
andar.
Tras la primera parada, Raúl que tiene la estatura perfecta para ir en la parte
delantera del trono, se gira para verla en todo su esplendor. La mira y pierde
la noción del tiempo y solo el leve toque en la espalda del capataz lo
despierta de ese estado de “embobamiento” –A ver, ponte recto, baja los codos
del varal, dice el capataz,- bien, pasa un puesto más adelante ¿vale? Eres más
alto que tu compañero… sigue el hombre con su tarea. Mientras, Raúl repara en
algo que le llama la atención. Una señora que se para delante del trono un
instante y de la mano de un niño pequeño y de repente sale corriendo – ¡Corre David, que nos da tiempo!, dice María
-¿Dónde vamos abuela?, pregunta el niño sin saber muy bien lo que pasaba –Nada
hijo, una deuda que tengo con la virgen… Callejea María por las deterioradas
calles que la vieron crecer, entre los corralones de esos vecinos que ya hoy no
están y llega a su destino. María tiene un objetivo, ofrecerle una modesta
ofrenda floral a la Virgen de la Trinidad. Se detiene María un instante en la
floristería, y de un dinero que cada vez le cuesta más estirar para mantener a
su hijo y a su nieto, compra dos docenas de claveles rosas y sigue su camino…
Manuel ya ha calentado el labio de nuevo, y tras las primeras marchas en las
que se pone siempre un poco nervioso, ya se encuentra en su salsa. Su padre, es
ahora el que espera para verle tocar desde la Plaza de la Aurora y eso a él le
hace ponerse más derecho, su madre lo saluda y él mantiene las formas saludando
sólo con la mirada, ya hemos pasado la peña trinitaria y está sonando
Coronación de la Trinidad, su marcha favorita, pues en esta marcha las cornetas
tienen un papel crucial. Sigue atento al movimiento de las andas, le gusta ver
que se mueven al ritmo de la música y de esa manera se siente partícipe en la
forma de andar de la Señora. Al pasar por el mosaico repara en la inscripción
que hay debajo “Trinidad a tus pies” dice en él y lo repite para sí mismo
“Trinidad a tus pies…Trinidad a tus pies…”como intentando buscar el significado
de ese lema que tanto le llama la atención.
Sigue el cortejo subiendo por calle Trinidad y tras el cortés saludo a los
hermanos de la Salud, el trono gira a la derecha y encamina calle Malasaña. Todo
sigue su curso y María desde el balcón de su casa espera ya ansiosa a ver el
bello rostro de la Trinidad. Poco a poco el trono se va acercando a la curva y
a María se le cae una lágrima cuando consigue verla. Aprieta María la mano de
su nieto David y le pide por él, por su hijo, el cual está pasando una mala
racha económicamente, y por su marido Juan, en el cual van siendo cada vez más
evidentes los estragos que produce la edad. Sorprendiéndose ella misma se
arranca con un emocionado “¡Guapa!” y repara en su modesta ofrenda, la cual
había preparado de manera improvisada y minuciosa sobre una caja de cartón
minutos antes. David y María comienzan a tirar pétalos al paso de su Virgen de
la Trinidad y desde su privilegiada posición observa María un matiz en la cara
de la Señora en el cual no había reparado nunca, desde esa posición y en ese
momento en concreto, María tiene la sensación que la Virgen de la Trinidad le
sonríe, y se siente bien, se siente acogida por Ella, bajo su manto de enorme
consuelo y no puede evitar de nuevo el llanto. Se agacha María y besa a su
nieto que no entiende mucho que acaba de pasar pero que seguro no olvidará
jamás.
Con la cabeza aún llena con los pétalos que tiraron María y David desde el
balcón de calle San Quintín, se encuentra Raúl entrando al convento de la
Trinidad, allí espera nuestra otra banda, la de cornetas y tambores para tocar
a su titular. Se palpa en el ambiente algo especial, la Virgen de la Trinidad
vuelve al convento a visitar a esas monjas de clausura que esperan emocionadas.
A la salida del templo, Raúl empieza ya a notar el cansancio de trabajar entre
unos varales tan estrechos, pero la noche cae y cuando en otra parada se gira
de nuevo a ver el rostro de su Trinidad piensa que en ese momento no hay sitio
en el mundo en el que mejor pueda encontrarse que allí.
Sigue su curso la procesión, y se acerca
poco a poco a la casa-hermandad. Manuel esperaba este momento, sabe que va a
sonar rezo a tus pies y para él representa el mejor momento de la noche, el
trono se mueve al compás de la marcha pero a paso corto, como queriendo estirar
un momento que, desgraciadamente, y como todo en la vida, debe pasar. La
primera parte de letra suena y Manuel junto a sus compañeros y a sus padres que
lo observan bajo el mosaico de la coronación canta esas letras que son hoy por
hoy todo un himno para los trinitarios, llega el fuerte y suenan las cornetas,
se emocionan todos y arranca el trono a paso largo, como queriendo ahora ganar
esos metros que dejó antes de ganar, su calle la espera y ahí está Ella, que a
pesar de ir en unas andas pequeñas llena la calle sólo con su cara y sigue su
camino: alegre, triunfal sobre los hombros
de unos hijos que se postran a sus pies.
El final se aproxima y ya en la plaza de San Pablo, María busca un sitio que le
permita entrar a la iglesia a despedirse de Ella. Alma de la Trinidad vuelve a
sonar y por un momento Raúl repara en algo que no había pensado hasta ese
instante: se llevan a la señora a restaurar, por lo que estará unos meses sin
verla. Aprovecha Raúl esos últimos instantes con Ella y empieza a echarla de
menos, aún estando presente, nota que se le hace un nudo en la garganta solo de
pensar que, durante un tiempo, no verá su divino rostro cuando se asome a las
rejas de su fe. Alma de la Trinidad da los últimos coletazos y cuando termina,
un orgulloso Manuel se abraza con sus compañeros, han hecho bien su trabajo y
seguro que la Señora estará orgullosa de ellos, se despide de sus amigos y de
la mano de sus padres se aleja calle Trinidad arriba contándoles sus mejores
momentos del día: la comida que habían tenido con los compañeros de la Mesa de
la Trinidad, lo bonito que quedó Coronación en la plaza de la Aurora, le
pregunta a su padre el por qué de la inscripción del mosaico de entrada a calle
Trinidad, pero sobre todo, recuerda lo emocionada que notó a una señora que
desde un balcón de calle San Quintín tiraba pétalos de flor a la vez que no
podía contener las lágrimas al paso de la Señora. Su padre lo escucha y se
siente orgulloso de poder compartir con su hijo esa pasión por María Santísima
de la Trinidad, una herencia que traspasa lo material, una herencia que quedará
para siempre uniendo a padre e hijo.
Casi no queda nadie en la iglesia y ya con el trono en el suelo, tras quitarle
las patas, puede Raúl observar de más cerca si cabe el rostro de la Trinidad,
termina de despedirse de Ella y entre las caras que ve a su salida reconoce una
con la que se topó horas antes. María sigue emocionada mirando a la virgen de
la mano de su nieto y Raúl que pasaba por allí saca del bolsillo interior de su
chaqueta la tarjeta que contenía su posición en los varales del trono ese día
con la foto de la Trinidad en una de sus caras. Sin pensarlo se la da a María
“-Para usted”, dice Raúl, “-¡Ay! gracias hijo” responde agradecida María,
mientras sacude con su mano izquierda los últimos pétalos que quedan entre el
pelo engominado de Raúl… Un gesto simple que significa mucho para dos personas
que sin conocerse, durante unas cuantas horas al año viven la pasión de querer
a alguien que de alguna manera les da consuelo y los escucha, algo que une a
dos personas lejanas en tiempo y en edad. Tras una última mirada a su manto
malva, ambos bajan las escaleras de San Pablo y cada uno toma una dirección
opuesta.
Cuando ya casi alcanza Raúl calle Mármoles, repara en un señor bajito que le
grita a lo lejos -¡La corbata!, le dice,
y Raúl que reconoce la voz, observa a un hombre de baja estatura que anda a
paso rápido hacia él, este vuelve a
decirle: -La corbata compañero, que hay que devolvérsela a la Banda -¡Ay sí,
perdona!, de verdad que no me he dado cuenta, dice Raúl mientras se afloja el
nudo. –No pasa nada hombre, gracias. –A ti, responde Raúl, y a modo de
despedida le suelta algo que lleva toda la tarde escuchando de la voz de ese
hombre – ¡Trinidad a tus pies! El hombre
se vuelve y estrechándole la mano le responde –Ahora y siempre hermano, ahora y
siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario