“Crece, amor, crece, que un día lo sentirás, y verás que no hay cosa más bella que sacar…la Triniá” ! Con la venia de todos los presentes, muy buenos días. Al recibir la propuesta de que fueran mías las palabras que pusieran voz a la realidad material del cartel, sentí una responsabilidad enorme, el miedo de enfrentarme a lo desconocido y de no saber si lo que saldría de mí estaría o no a la altura. Pero fue en esos momentos de debilidad cuando me vinieron a la cabeza los últimos versos del pregón del pasado año, porque, a decir verdad, ni nací ni me crie aquí, pero cada Lunes Santo que llegaba a Málaga fue creciendo en mi interior un amor incondicional hacia la Bendita Madre del Cautivo, de esta forma un día, sin casi buscarlo, noté dentro de mí la certeza de los versos y descubrí la verdad irrefutable del asunto, porque hoy y aquí puedo afirmar que no hay nada más bello que llevar, a la Trinidad. Y fue entonces cuando, una vez repleto y reconfortado, comenzaron a brotar las palabras que a continuación siguen…
Resulta hasta paradójico que en la actualidad haya quien cuestione la validez o no de una fotografía como cartel. Y digo esto porque no deja de ser curioso que fuese éste arte, y no otro, el que revolucionara la cartelería cofrade allá por los años 60 y 70 del pasado siglo. Y es que la irrupción del arte de capturar lo inmediato supuso un antes y un después en la cartelería, pues de las magistrales composiciones con colores planos y figuras geométricas de los Ramos Sosa, Morell Macías, Casares Goñi o Soria Martínez se dio paso a la fotografía de Arenas o Ballesteros, capaces de captar la fugacidad de un instante y la riqueza cromática de los enclaves más bellos. De lo abstracto se pasó entonces a lo concreto, a representar titulares reales y no imágenes idealizadas, a plasmar lugares exactos y no una ficticia calleja. A partir de entonces nada sería igual, y con la vuelta a la pintura en los años 80 jamás volvimos a ver esos deslumbrantes carteles de las décadas pasadas. ! La evolución natural de la cartelería hacia lo moderno se ha visto mermada por el “gusto cofrade” por lo barroquizante, por las riquezas cromáticas, las mil y una veladuras en mil y una obras que, a decir verdad, quedarían mucho mejor en la casa del Hermano Mayor de turno que colgadas en las distintas casas hermandades. La involución a la que se ha sometido al cartel por parte del cofrade de a pie no ha hecho más que producir un sinfín de obras adocenadas, carentes de interés y de esa capacidad de aportar el toque de distinción que toda obra debe llevar implícito.
Hoy no hemos venido a descubrir un cartel clásico, y si me apuran tampoco venimos a presentar una fotografía al uso. Hoy estamos aquí para dar un paso más y continuar abriendo las puertas a la evolución dentro del arte cofrade, porque los inescrutables senderos del arte nos muestran, hoy día, una cantidad tan ingente de medios que no utilizarlos sería un error. Por eso, entre otras cosas, tampoco podía negarme a estar aquí delante de ustedes para comentar esta obra, brillante y valiente, que servirá como décimo cuarto cartel procesional de la Mesa de la Trinidad. Decía Cassandre, uno de los grandes cartelistas de la historia, que “el cartel exige una absoluta renuncia por parte del artista. Éste no debe afirmar en él su personalidad, pues si lo hiciera, actuaría en contra de sus obligaciones”. Porque la obra que sirva de cartel debe ser, por encima de todo, un cartel, algo que nos anuncie y nos revele una historia determinada que sucederá en un momento concreto. Y esto es lo que Sergio López ha conseguido con su obra, porque lejos de erigirse como protagonista de nada, ha dejado que sea Ella quien centre todo, quien lo ocupe todo y quien sea la encargada de narrar una historia que comienza por Trinidad y que terminará en la noche del Lunes Santo. Lejos de rivalizar, podremos observar desde el primer momento como el revelado y el retoque fotográfico se han dado la mano para captar, en una bellísima estampa fotográfica, un primerísimo plano de Mª Santísima de la Trinidad, tomada desde un encuadre de visión superior al de la propia imagen. El lenguaje cinematográfico afirma, con certeza, que este tipo de planos consiguen destacar aspectos psicológicos de los protagonistas. Debido a esto, el autor ha conseguido realizar una fotografía con una enorme potencia visual y una gran carga dramática.
A esto último también ayuda la luz que incide en la parte diestra del rostro de la imagen, creando un juego de luces y sombras repartidas por las distintas zonas de la cara que enfatizan, más si cabe, ese juego de puntos y contrapuntos que podemos apreciar en el modelado del rostro de María Santísima de la Trinidad Coronada. Por un lado, la amargura de una madre traspasada por el dolor de ver a su hijo Cautivo, por otro la dulzura de un rostro colmado de amores. La luz y la sombra, el Alfa y el Omega, el principio y el fin de nuestra devoción ha quedado plasmado en un instante fugaz y efímero. De la maestría del fotógrafo en saber captar el momento e instante perfecto damos paso a una segunda fase menos efímera, más pensada, reposada e intelectual. Mediante el retoque fotográfico, Sergio López ha sabido realzar y enfatizar todas y cada una de las ideas anteriormente expresadas, otorgando a la obra de un aire novedoso y rompedor, dulce y a su vez melancólico. Deteniéndonos a mirar la fotografía podemos ver cómo de una de las lágrimas que recorren la mejilla de la Virgen surge, de forma delicada, un ligero destello, como si del brillo de una estrella o la eternidad de la luz de un faro se tratase. Un detalle tan sutil como personal que nos muestra el carácter eterno de la Virgen en nuestras vidas, pues para nosotros es estrella de la mañana y faro que alumbra y guía nuestro trémulo transitar.
Para enmarcar la obra, el autor se ha apoyado en un ligero viñeteado negro que resalta y potencia la razón de ser de la misma, su única protagonista, la Santísima Virgen, nuestra Trinidad. Por último, la elección en la gama cromática utilizada por el autor han sido los tonos en sepia. El uso de estas tonalidades permite crear un aura que envuelve toda la obra en un halo de eternidad. Del ayer, del hoy y del mañana. Esa sensación de pervivencia a través el tiempo que nos da la fotografía cuando la miramos, queda reforzada mediante la frase que aparece en la parte superior de la obra: At pedes in aeternum (a tus pies eternamente), lema y emblema de esta mesa, porque esa es nuestra razón de ser, porque mientras el corazón de su barco siga lleno de esos locos y enamorados grumetes trinitarios, nunca sola andará. Éstas palabras han sido resueltas de forma más que acertada haciendo uso de una tipografía de airosas formas y líneas modernas en un tono malva trinitario. Siguiendo el mismo estilo tipográfico que las anteriores, cierra la obra en la parte inferior la palabra TRINIDAD seguido del año actual, muestra inequívoca de quién y para quién va destinada la obra. Porque todo lo que vemos y sentimos al ver el cartel se resume en esas en esas 8 benditas letras.
Para enmarcar la obra, el autor se ha apoyado en un ligero viñeteado negro que resalta y potencia la razón de ser de la misma, su única protagonista, la Santísima Virgen, nuestra Trinidad. Por último, la elección en la gama cromática utilizada por el autor han sido los tonos en sepia. El uso de estas tonalidades permite crear un aura que envuelve toda la obra en un halo de eternidad. Del ayer, del hoy y del mañana. Esa sensación de pervivencia a través el tiempo que nos da la fotografía cuando la miramos, queda reforzada mediante la frase que aparece en la parte superior de la obra: At pedes in aeternum (a tus pies eternamente), lema y emblema de esta mesa, porque esa es nuestra razón de ser, porque mientras el corazón de su barco siga lleno de esos locos y enamorados grumetes trinitarios, nunca sola andará. Éstas palabras han sido resueltas de forma más que acertada haciendo uso de una tipografía de airosas formas y líneas modernas en un tono malva trinitario. Siguiendo el mismo estilo tipográfico que las anteriores, cierra la obra en la parte inferior la palabra TRINIDAD seguido del año actual, muestra inequívoca de quién y para quién va destinada la obra. Porque todo lo que vemos y sentimos al ver el cartel se resume en esas en esas 8 benditas letras.
En definitiva, la obra muestra la intimidad de una oración rezada desde lo más profundo de tu corazón, tu mesa, en una calleja estrecha al son de una marcha. Pero también es la imagen de tu grandeza, de la categoría que derrochas cuando navegas por las grandes avenidas de tu Málaga, madre de los trinitarios. Porque en él aparecen plasmados los Dolores de tu rostro, divino broche del Lunes Santo, en un primer plano que nos ilustra el Mayor Dolor de una madre en su Soledad que, colmada del Amor Doloroso que brota del destello de una lágrima, se muestra Expectante ante lo que queda por venir. Una imagen eterna y efímera que nos enseña la humildad de un corazón Cautivo que cada noche de Lunes Santo rezuma la Gracia y la Esperanza por las calles del barrio que tú Encarnaste y que lleva por nombre tu nombre, Trinidad. Sin nada más que añadir y sin continuar demorando la espera de conocer la obra, ruego la presencia del Autor y del Sr. Hermano Mayor para que descubran la obra. Muchas gracias.
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