8 de abril de 2017

Aquel Lunes Santo

Aquel Lunes Santo cambió muchas cosas. No sólo lo hizo en mí. Lo hizo en cada uno de los que, años atrás decidieron formar parte de esta manera de entender lo que es sacar un trono. De gente que mucho antes de que a mí se me pasara por la cabeza, ya llevaban grabada, como a fuego, la idea de hacer que Ella ocupara el lugar de Reina que se merece en ese trocito del Barrio de la Trinidad que se llama Málaga. 

Alguien debió poner la semilla en una tierra bien fértil que, regada con el agua bendita de la experiencia, tal vez de las decepciones sufridas a lo largo de los años y del amor a una Virgen desapercibida tras la sombra del más poderoso malagueño, hizo crecer una vigorosa planta. Y esta extendió sus ramas y de estas nacieron frutos. Y cada uno de aquellos frutos tenía su propia forma, su propio sabor. Pero todos eran frutos nacidos del mismo árbol. Y lo sabían. 
Unos eran frutos de fe ciega y tradición. De raíz y cepa. Otros lo eran del azar. Habían flores que no cuajaban en fruto. Frutos amargos, dulces, ácidos... Habían fuertes frutos madurados al sol que eran frutos sabiduría y habían frutos de rebeldía. Los frutos del "con eso no trago".
Árbol de hombres de muy diferente índole. De contrastes. De antagónicas ideas. De gustos y apreciaciones de la vida tan alejados entre sí que convergieron en un punto y final tan común como para hacer de él su principio. 
Aquel árbol fuerte y sano nos ha ido seduciendo y atrayendo como el árbol de la desobediencia a Eva. Ha aprendido a sobrevivir en tiempos de sequía. A renovar sus hojas cada primavera y a hacer de los frutos que fueron cayendo bajo su copa simiente de frutos de futuro. 
Un árbol hermoso, grande y fuerte para oxigenar con sus hojas el aire viciado. Para dar sombra a quien a él llega a guarecerse achicharrado por el sol. El árbol del amor a esa "Madre Tierra" tan suya que la tiene en el mismísimo cielo. El árbol del  respeto sólo a quien respeta. El árbol del "me valgo de la poca cal que me das cuando casi todo es arena". El árbol del aguante y de la disidencia. Y como ser disidente no tiene por qué significar ser enemigo, en absoluto, el árbol vuelve una y otra vez, y otra a tender sus ramas y a ofrecer sus frutos a quien los necesite y hace de su savia sangre para que siga latiendo su corazón que no es suyo sino que es corazón de esa Madre que un día sembró y cuidó de un árbol que se llama Mesa de la Trinidad. 

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¡¡¡Así se vive desde dentro!!!

Mª Stma. de la Trinidad, en su paso por las Tribuna de los Pobres.